Monday, October 12, 2009

El hambre que lleva al ayuno

"...Y no se apartaba del templo, sirviendo de noche y de día con ayunos y oraciones." (Luc. 2:37, RVR 1960)

Por miles de años hombres y mujeres de Dios han ayunado. Moisés, Daniel, Pablo, y aun Jesús, todos ayunaron. Unos lo hicieron por 40 días y otros por un tiempo más corto, pero todos tuvieron algo en común: Su hambre por la presencia de Dios sobrepasó su hambre por la comida física. Ellos tenían hambre y sed de justicia y por ello fueron bienaventurados (Mat. 5:6).

Al ayunar algunos recibieron revelaciones especiales (Dan. 9:3-21; Ex. 34:28), algunos fueron librados de peligro (Est. 4:3; 9:25-31), mientras que otros recibieron misericordia de parte de Dios en vez de castigo (I Reyes 21:27-29; Jon. 3:5-10).

Sin embargo, en una era de tecnología y sofisticación muchos ven al ayuno como una práctica arcaica para tiempos pasados. Pero si creemos que la Biblia y su mensaje trascienden las edades, entonces, tenemos que aceptar al ayuno como una disciplina para ser practicada en el presente.

Si bien no hay ningún texto bíblico que nos mande a ayunar, (aparte del Día de la Expiación de Israel, Lev. 16) en las Escrituras encontramos muchos ejemplos de personas (incluyendo a Jesús) que practicaron el ayuno. De hecho, cuando el Señor tocó el tema durante el Sermón del Monte, El comenzó con las palabras: "Cuando ayunen..." (Mt. 6:16) asumiendo que sus seguidores ayunarían.

¿Quiénes, entonces, deben ayunar?

Aquellos que tienen la capacidad física para poder abstenerse de alimentos por un período de tiempo, y que tienen hambre de Dios y de su intervención en sus vidas. (Personas con cualquier tipo de problema físico deben consultar a su doctor antes de ayunar).

¿Por qué deberíamos ayunar?

En la Biblia las razones para el ayuno son variadas. Hay ayunos de arrepentimiento (Joel 2:12), por protección durante un viaje peligroso (Esdras 8:22-23), por un enfermo (Sal. 35:13), por liberación de la muerte (Est. 4:3), para adorar a Dios y fortalecerse en El (Luc. 2:37; Mt. 4:1-10), etc. Pero cualquiera que sea la razón, el ayuno siempre está relacionado con un urgente deseo de acercarse a Dios, de humillarse ante El, y de recibir su intervención sobrenatural.

¿Cómo deberíamos ayunar?

Hay muchas maneras de hacerlo. Algunos se abstienen de comer carne por un tiempo y sólo comen frutas y vegetales; otros no desayunan por algunos días; hay quienes hacen un ayuno completo (no comida y no bebidas) por hasta tres días, mientras que otros ayunan de vez en cuando conforme sienten que Dios les guía a hacerlo. Realmente cada quien debe decidir, en oración, cómo y cuán seguido desea ayunar.

Es importante señalar que nunca debemos dejar de comer por un tiempo mayor del que podemos soportarlo. Dios no quiere que dañemos nuestros cuerpos, los cuales, son templo del Espíritu Santo (1 Cor. 6:19-20). Es, quizás, mejor ayunar por un día, o inclusive por medio día, y hacerlo con frecuencia, que ayunar esporádicamente por períodos de tiempo mucho mayores.

Lo importante es que ayunemos y oremos. En otras palabras, no se trata de pasar hambre, sino de sustituir la comida física por alimento espiritual. Ayunamos para buscar el rostro de Dios. Nos abstenemos de nuestro "pan diario" para comer del "Pan de Vida" (Jn. 6:48). Nos refrenamos de los placeres asociados con el comer para enfocarnos intensamente en los placeres de una profunda comunión con el Salvador. Ayunamos porque tenemos hambre, hambre de Dios y de su presencia en nosotros; porque anhelamos escuchar su voz, experimentar su toque y ver su gloria. ¡Ayunamos porque queremos sumergirnos hasta lo más profundo del Río de Agua Viva que viene del cielo!

Querido(a) amigo(a), ¿Tienes hambre y sed de Dios? ¿Tienes alguna necesidad agobiante? ¿Haz desarrollado algún mal hábito que parece controlarte? Si es así, entonces, yo te invito a que hagas al ayuno parte de tu vida. No como aquellos que tratan de manipular a Dios (aunque El no puede ser manipulado, Ec. 7:13) sino con el deseo de humillarte ante El, de expresar tu necesidad urgente por su intervención en tu vida, y simplemente para adorarle. Recuerda: "Las cadenas se han de quebrantar, el corazón de pecado ha de cambiar, la vida misma se ha de transformar, ¡si el ayuno es parte de nuestro andar!" Aquel que vive una vida de ayuno y oración, sin duda verá la gloria de Dios. ¡Amén!

En el amor del Señor,

Miguel A. Cañete
Tomado de: Vientos de Avivamiento.

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