Monday, October 12, 2009

¿Le cuesta hallar el tiempo y tener la fuerza necesaria para orar diariamente?

Si bien es cierto que la mayoría de los creyentes en Cristo entienden que Dios quiere que sus hijos pasen tiempo a solas con El cada día, la realidad es que a muchos les cuesta dedicarle tiempo a la oración. Entre el trabajo, la familia, los amigos, y aun las actividades de la iglesia, muchas veces puede parecer imposible detenerse por un momento para estar a solas con el Señor. Por otra parte, muchos ven a la oración sólo como una obligación, cuando en realidad es uno de los más grandes privilegios que tenemos como hijos de Dios, y un arma de gran poder que El ha puesto en nuestras manos. Veamos, pues, algunas razones que creo que nos motivarán a orar diariamente.

En primer lugar deberíamos orar porque Dios anhela tener comunión con nosotros. En el libro de Cantares leemos: "Muéstrame tu rostro, hazme oir tu voz; porque dulce es la voz tuya, y hermoso tu aspecto." (2:14, RVR 1960) ¡Qué maravilloso privilegio! ¡El Dios Omnipotente anhela compartir con nosotros! El quiere que le hablemos de todo lo que hay en nuestros corazones (Sal. 62:8). Sí, incluyendo nuestros sueños más aburridos, aquellas preocupaciones que para los demás son insignificantes, y hasta nuestras quejas más dolorosas. El lo quiere escuchar todo. Para El nuestra voz es dulce y nuestro rostro es hermoso, ¡a pesar de lo que el espejo nos diga, o de lo que cualquier otra persona pueda opinar! Sin duda alguna esta es una buena razón para pasar mucho tiempo orando al Señor cada día.

Por otra parte, cuando oramos nuestras vidas son transformadas. Nosotros podemos poner todo nuestro empeño para ser mejores, esforzándonos para abandonar toda práctica indebida, involucrándonos en las actividades correctas y compartiendo con las personas indicadas. Pero al final tendremos que reconocer que lo único que puede transformar a un ser humano es el vivir su vida en la presencia misma del Dios Vivo. Es allí que el Espíritu Santo puede tomar la vida del creyente y, como el alfarero moldea al barro, comenzar a trabajar profundamente en aquel que ora. Es allí que nuestro lamento es cambiado en alabanza (Sal.30:11), que nuestros temores son disipados (Sal.34:4), nuestros corazones son limpiados (1 Jn. 1:9), y nuestras sendas son enderezadas (Sal.25:4-5, 8-9). Allí recibimos el poder para seguir adelante cuando las cosas se complican (Is. 49:31), y el gozo del Señor que es nuestra fortaleza (Sal.16:11). Cuando oramos Dios nos envuelve, nos toma, nos levanta y nos muestra cosas grandes y ocultas que no conocemos (Jer. 33:3).

Hermano(a), un(a) cristiano(a) que ora es un ser destinado a ver cosas que pocos ven, entender cosas que muy pocos entienden y tener experiencias que muy pocos viven. Un hombre o una mujer que ora es alguien sobre quien la mano del Todopoderoso reposará en una manera especial, y cuya vida verá la gloria de Dios.

No solo somos nosotros transformados cuando vivimos vidas de oración, también las vidas de aquéllos que nos rodean pueden ser impactadas profundamente como fruto de nuestras oraciones. Hace algún tiempo escuché el testimonio de un hombre que por obligación tuvo que asistir a un campamento de hombres cristianos. Aunque él no tenía mayor interés en el Señor, durante su tiempo en este campamento tuvo que estar en todas las reuniones que se llevaron a cabo. Pero todo siguió igual en su corazón. Sin embargo, un día a las seis de la mañana el amigo que le había invitado al retiro lo levantó para ir a una reunión de oración. El cuenta que nada especial sucedió en su interior hasta que uno de los hombres que estaba orando dijo algo como: "Señor, si hay alguien en este lugar que no se haya entregado a ti, te pido que lo haga en este mismo momento". Y Asombrosamente en ese momento su corazón se llenó de convicción de pecado y pudo ver cuanto necesitaba al Señor. Arrepentido y humillado ante El, oró en silencio pidiéndole que lo cambiara mientras entregaba su vida a los pies del Salvador y recibía el regalo de la vida eterna que Dios promete a todo aquel que cree (Jn. 3:16).

Puede que nunca comprendamos a plenitud el impacto de nuestras oraciones, pero una cosa es segura: "la oración eficaz del justo, puede mucho." (Stgo. 5:16, RVR 1960) ¡Amén!

En el amor del Señor,

Miguel A. Cañete
Tomado de: Vientos de Avivamiento.

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